Patriotismo, orgullo y amor por nuestro país son solo algunos de los sentimientos que los estadounidenses de ascendencia mexicana añoraban cuando prestaron servicio en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Poco sabían que la devoción por nuestro país, mientras peleaban por la bandera roja, blanca y azul, solo sería reconocida durante la guerra. Sin embargo, en el frente, luchando codo a codo, todas las raíces se unieron para combatir al enemigo.
Estados Unidos entró oficialmente en guerra con el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Aunque un sentimiento de ansiedad repentino invadió a la gente de Pearl Harbor, también creció la preocupación en los habitantes de Estados Unidos. La incertidumbre acerca de lo que sucedería en los días o las semanas siguientes solo sirvió para fortalecer al país, uniendo a quienes estaban dispuestos a defender la bandera.
Ciudadanos de todos los orígenes tomaron la iniciativa de responder a un acontecimiento tan inesperado; los estadounidenses de ascendencia mexicana también se unieron. Según el Museo de la Segunda Guerra Mundial, en Nueva Orleans, entre 250 mil y 500 mil hispanos prestaron servicio en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Muchos de ellos se unieron como voluntarios al Ejército, al cuerpo de Infantería de la Marina y a la Marina de Guerra.
Mujeres al apoyo
Cientos de mujeres hispanas también compartieron esa idea de orgullo y apoyo. Imposibilitadas de estar en combate, brindaron numerosos servicios de apoyo necesarios para seguir adelante con el esfuerzo de la guerra. Las mujeres se unieron a Women's Army Auxiliary Corps (WAACs) y Women Accepted for Volunteer Emergency Service (WAVES). A través de esos programas, pudieron desempeñarse como enfermeras y también en puestos administrativos.
A pesar de que muchos estadounidenses de ascendencia mexicana, en la guerra y en casa, no necesariamente sintieron que se los reconocía por sus triunfos, se mantuvieron orgullosos con un sentimiento interno de realización.
Algunos incluso lograron dejar una huella perdurable en nuestra historia y son reconocidos actualmente como verdaderos héroes de nuestro país, especialmente dentro de la comunidad hispana.
Muchos de los que prestaron servicio durante la guerra provenían de Arizona. Silvestre Herrera, nacido en Camargo, Chihuahua, México, fue el primer arizonense en ganar la Medalla de Honor durante la Segunda Guerra Mundial, y también se llevó el Premio al Mérito Militar (el más alto homenaje que otorga México) por su valor en el campo de batalla, y así fue la única persona que obtuvo ambas condecoraciones.
El héroe Silvestre Herrera
En 1945, Herrera recibió la Medalla de Honor de manos del presidente Harry Truman, por salvar a su pelotón de una ráfaga de disparos de ametralladora cerca de Mertzwiller, Francia, a unos kilómetros de la frontera con Alemania. Herrera, integrante de la primera clase privada del Ejército, junto con la 36° División de Infantería, tomó una posición, luego atacó a través de un campo minado hacia una segunda posición y en el intento perdió ambos pies debido a las explosiones pero no dejó de disparar hasta que los ocho alemanes que operaban el nido de ametralladoras bajaron sus armas y se rindieron. A pesar de haber arriesgado su vida, Herrera confesó alguna vez que no se consideraba un hombre particularmente valiente.
"Fui uno de los que tuvieron suerte, viví para recibir la Medalla de Honor", comentó orgulloso.
Luego de la guerra, se dedicó a trabajar artesanías en cuero y vivió una vida tranquila y privada.
Pero los veteranos de guerra de origen hispano como Herrera también se quedaron fuera de viviendas públicas, piscinas, salones de clase y otras instituciones públicas cuando regresaron a casa, según un documental del año 2005 de Pete Dimas, un profesor universitario de Phoenix College.
No obstante, a Herrera le llegó el reconocimiento. Desde 1956, una escuela primaria lleva su nombre en 1350 S. 11th St. en Phoenix. En 2002, el Ejército comenzó la construcción del Silvestre S. Herrera U.S. Army Reserve Training Center, 6158 S. Avery St., en Mesa.
Arthur Van Haren, Jr. fue un piloto que participó en la Segunda Guerra Mundial y fue, a su vez, el piloto de combate procedente de Arizona que derribó más aviones enemigos. De hecho, posiblemente sea uno de los pocos ases de combate estadounidenses de ascendencia mexicana que recibieron importantes condecoraciones en la historia de las guerras aéreas.
Arthur Van Haren, Jr. nació en Superior en 1920, hijo de Rose Valenzuela y Arthur Van Haren, Sr., asistía a la Universidad de Arizona cuando se unió a la Marina durante la guerra. Fue miembro del Fighting Squadron Two (VF-2 "Rippers") de la Marina de los Estados Unidos.
Derribó 12 aviones enemigos y obtuvo numerosas condecoraciones militares. Una vez terminada la guerra, recibió su título de abogado en la Universidad de Arizona en 1948. En el servicio público, se desempeñó como subprocurador del Condado de Maricopa, como asesor jurídico para la Comisión de Planificación y Zonificación del Condado de Maricopa y como juez de Phoenix. Van Haren murió en agosto de 1992.
Gilberto C. Estrada, de Nogales, Arizona, fue promovido a la Primera Promoción Privada luego de su extraordinaria muestra de heroísmo en enero de 1944. De acuerdo con la mención del Departamento de Guerra, Estrada, un soldado de infantería, mató a dos individuos con ametralladoras mientras su compañía en Nueva Georgia estaba sufriendo un ataque. Otros hispanos también fueron reconocidos por su valentía, como Anthony Santestebán de Winslow, que recibió el Corazón Púrpura por las heridas sufridas en combate contra los japoneses en las Islas de Nueva Georgia.
Robert V. Espinoza, hoy de 90 años de edad y oriundo de Phoenix, luchó en Guam y fue herido en 1946. A pesar de sus heridas, ayudó a un grupo de soldados de su compañía a alcanzar su batallón. "Un oficial de la marina nunca deja a un soldado abandonado", comentó orgulloso. Espinoza recibió el Corazón Púrpura de parte del presidente Harry Truman.
Los hijos, nietos y bisnietos de Espinoza comparten su orgullo por haber prestado servicio a su país.
Las mujeres estadounidenses de ascendencia mexicana rápidamente contribuyeron y brindaron su apoyo a la guerra. Carmen Martínez de Phoenix, prestó servicios en la U.S. Marine Corps Women's Reserve como mecanógrafa y auxiliar de documentación en el centro de mensajes de la barraca militar de la Marina en Quantico, Virginia. Entre otras mujeres de Phoenix, la capitán Matilde Yáñez, prestó servicio como jefa de enfermeras en un hospital de la zona de combate en la isla de Luzon, y Carmen C. Contreras se convirtió en la mujer número 750 de Arizona que se unió al Ejército.
Historias que
son una herencia
La participación de estadounidenses de ascendencia mexicana en la Segunda Guerra Mundial es notable, no solo por las estadísticas, sino también por las historias admirables que se han compartido y transmitido a otras generaciones con el paso del tiempo.
Fernando Navarrete Córdova, de 75 años, de Tucson, recuerda el día en que reclutaron a su hermano mayor Raúl. Raúl Navarrete, de Phoenix, dejó su hogar a los 18 años para unirse a la Marina donde prestó servicio en el destructor USS Bullard.
"Raúl me contó muchas historias sobre la guerra", comentó Córdova. "A pesar de que era considerado parte de una minoría, parecía como si en combate no importara el origen de cada uno... estaban todos unidos".
Córdova recuerda una historia en particular que demuestra la valentía de su hermano. "Una vez derribaron un avión japonés que cayó en el mar", relató Córdova. "El piloto aún estaba vivo y entonces Raúl y los demás nadaron para rescatarlo, pero el soldado sacó un arma para intentar matarlos". Afortunadamente, su hermano sobrevivió al incidente, pero otros perdieron la vida durante el episodio.
Históricamente, es en los momentos más difíciles, como sucedió en la Segunda Guerra Mundial, cuando todos se mantienen unidos y nadie queda abandonado.